Crecí entre dos décadas donde el flirteo te lo encontrabas en cada
paso que dabas, donde una sonrisa espontánea que se cruzaba con la tuya daba
pie a un diálogo entre dos seres que se gustaban
físicamente y estaba en la conversación directa a los ojos y movimientos
corporales determinaba si se daba el romance o no.
Fui poeta, fui inconstante pero me consta que me acosté con el
consentimiento de las mujeres con las que hubo mutuo deseo (Es más hasta las
tengo a algunas como contacto del Facebook, con hijos y maridos que solventan
la educación de sus hijos).
Por eso no me gustan estos tiempos, donde muchas resentidas, otras que
reprimen su sexualidad u otras que quieren sus quince minutos de fama
Warholiano) van de frente a la defensiva y prestas con su dedo acosador
cualquier acto que en su mente ya predispuesta creen que es acoso y lo publican
en las redes sociales donde el efecto rebote por parte de otros tan reprimidos
(o peor doble caras, acosadores con piel de cordero) se unen al carga montón
lapidario.
El acoso existe no se puede negar, pero quien da pie a que el agresor
se manifieste, juega con fuego a sabiendas, hay casos inobjetables, pero hay
otros donde le han seguido el juego y se les ha ido el control del mismo.
Entonces mi reflexión es que felizmente tuve una juventud donde lo
único que valía era el llamado de piel para que nazca el romance (Ojo no
relación) ya que siempre será cosa de dos.
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